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Miguel Hidalgo y Costilla, el “Padre de la patria”

Foto del escritor: Mary MorenoMary Moreno

Sin lugar a dudas para todos los mexicanos el padre de la patria, el personaje que encendió la antorcha de la libertad en estas tierras, se llama Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallada Mandarte y Villaseñor. A pesar de que se ha escrito mucho de su labor como líder de los ejércitos insurgentes que combatieron entre 1810 y 1811 a las fuerzas realistas, pocas veces se habla de su persona, de sus afecciones e incluso de su apariencia, la cual sigue siendo un misterio en gran medida.


Miguel fue el cuarto de los cinco hijos de Ana María Gallaga y el administrador de la Hacienda de San Diego Corralejo (ubicada en el actual Guanajuato), Cristobal Hidalgo y Costilla. En este mismo lugar nació Miguel un 8 de mayo de 1753. Por lo tanto podemos saber que para el momento de su fusilamiento en 1811 Hidalgo tenía 58 años, por lo que no era el “abuelito de la patria” que hemos visto representando en decenas de pinturas; frágil, con el pelo completamente blanco, avejentado. Al parecer era todo lo contrario de acuerdo a una descripción de Lucas Alamán, quien lo conoció en 1810 cuando el gigantesco ejército insurgente entró a la ciudad de Guanajuato. Nos comenta que “era de estatura mediana, cargado de espaldas, de color moreno y ojos verdes vivos, de cabeza algo caída pero vigorosa, aunque no activo ni pronto en sus movimientos.”  Su narración nos dice que era muy animado en la argumentación  y el debate,  sin embargo de pocas palabras y serio en el trato común. Al parecer el cura dedicaba poco tiempo a su apariencia, por lo que era poco aliñado en su traje, que no era otro  que el usado por los sacerdotes de aquellos años, compuesto de  calzón corto, chaleco largo de seda, añadiendo un largo capote de paño negro, un sombrero redondo y un bastón del cual no se separaba mas que para dar misa y dormir.

El joven Lucas fue testigo del pillaje, las matanzas y los disturbios que llevaron a cabo los sitiadores de la  Alhóndiga de Granaditas después de haberla tomado. De acuerdo a sus propias palabras el mismo Hidalgo pidió que no se saqueara su domicilio ni el de su familia. Aún así las imágenes de las cuales fue testigo sin duda lo marcaron para toda la vida, siendo un conservador de espíritu, siempre criticando los movimientos sociales que rompían el orden establecido.

Uno de los momentos que marcaron para siempre la vida de Hidalgo fue cuando en 1765 fue a estudiar al colegio jesuíta de San Nicolas Obispo ubicado en Valladolid, actual Morelia. Junto con su hermano Joaquín José se consagró al estudio y a la preparación para formarse como sacerdote, aprendiendo derecho civil y canónigo, teología, filosofía, latín, moral y muchas otras. Sin duda lo que más disfrutaba el hombre, al que llamaban el Zorro debido a su astucia, era pasar horas y horas leyendo libros de un sin número de temas, incluso adquiriendo obras prohibidas por la inquisición novohispana. En poco tiempo se le reconocería por todo el bajío como un  intelectual consagrado y lleno de sabiduría. Se sabe que hablaba y escribía latín, obviamente español , así como italiano y francés. A estos idiomas agregaría años después el conocimiento de lenguas como el náhuatl, el otomí y el purépecha. Tuvo la necesidad de aprenderlas para brindar los servicios religiosos a los nativos que las hablaban. Este genuino interés por entender a “sus hermanos indios”  nos habla de su preocupación por mejorar sus condiciones de vida, de la empatía que sentía por las personas que lo rodeaban, fueran mestizos, indígenas, mulatos o criollos. De hecho, en Dolores, Hidalgo fundó diversas fábricas y talleres, repartiendo las ganancias entre los propios trabajadores, en su mayoría mestizos e indígenas, buscando mejorar su condición de extrema pobreza. Extendió el cultivo de la vid para elaborar el vino, propagó las moreras para la cría de los gusanos de seda, incentivó la cría de abejas para obtener miel y cera, así como que también estableció talleres de textiles, fábricas de loza, ladrillo rojo y para el curtido de las pieles. Las personas que conocieron al cura lo describen como desprendido en cuestiones materiales, dadivoso y para 1810 como un hombre sumamente religioso, posiblemente arrepentido de tantos años de aventuras, fiestas, amores y noches de apuestas.


Miguel Hidalgo fue aficionado de la fiesta brava, de las peleas de gallos, del chocolate, del pulque, del tabaco, de las tertulias literarias y de las mujeres. De hecho tuvo dos hijas con Josefa Quintana, vecina de San Felipe. Hidalgo llegó a esta población en 1793 y de inmediato puso los ojos en Josefa, a quien invitó a participar  en su pequeña compañía de teatro, que para aquellos años estaba montando una obra prohibida por la inquisición novohispana, El Tartufo de Moliére. Seguramente mientras ensayaban, declamaban y practicaban sus diálogos el amor surgió entre el cura y la vecina de San Felipe de “dulce mover de ojos”.

Finalmente, el momento que marcó su destino llegó la madrugada del domingo 16 de septiembre de 1810, cuando a las 02:00 h tocó la puerta de la casa del diezmo de Dolores el mensajero de la Corregidora de Querétaro, Josefa Ortiz de Dominguez, quien iba acompañado del capitán del regimiento de caballería Milicias de la Reina, Juan Aldama. De inmediato despertó el cura y también Ignacio Allende, debido a que seguramente les era difícil conciliar el sueño ante los rumores de que la conspiración en la cual ambos participaban había sido descubierta. Eso no fue impedimento para que ambos asistieran a una fiesta realizada en la casa de Nicolás Fernández esa misma noche. Durante la velada, Miguel Hidalgo le solicitó a Nicolás un préstamo de 200 pesos, seguramente preparándose para los difíciles tiempos que vislumbraba en el horizonte.


Al ser recibidos por Hidalgo y Allende, Juan Aldama y el enviado de la Corregidora,  conocido como Pérez, les explicaron que la conspiración había sido descubierta, concluyendo que lo mejor era escapar, esconderse, salvar el pellejo. A lo que Hidalgo, quien nunca se había asumido como el líder de la conjura, contestó: “Caballeros somos perdidos, aquí no hay más remedio que ir a coger gachupines”. Allende, seguramente herido en su orgullo de que el cura mostrara más valor y determinación que él mismo o el capitán Aldama lo secundó. Esa frase sería la que iniciaría la lucha que le regalaría la Independencia a la Nueva España, ahora México.

Después de reunir algunos hombres de confianza y de haber asaltado la prisión local para liberar a los presos y exhortarlos a unirse a la insurrección, el cura Hidalgo daría la orden a un tal Galván para que tocará las campanas de su parroquia para reunir a la población e iniciar la lucha armada. Esto sucedió un domingo 16 de septiembre a las 5 de la mañana.



Fuente: https://lopezdoriga.com/nacional/quien-fue-miguel-hidalgo/


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